sábado, 9 de junio de 2012

HUELE A HULE

Tras una semana, la anterior, en que vivimos angustiados por la imparable caída de la bolsa, simultánea a la subida de la prima de riesgo, en esta que ahora acaba parece que la tranquilidad volvió a los mercados. Sin embargo todo indica que no se trata más que de la calma que precede a la tormenta final.
A pesar de los esfuerzos del Gobierno por evitarlo, parece que vamos necesariamente a tener que ser rescatados de alguna forma, con lo que ello supone de pérdida de soberanía y de prestigio nacional. Sobre todo de esto último, ya que en realidad hace tiempo que muchas de las decisiones  políticas nos vienen marcadas desde fuera.
Puede que no sea el rescate de los hombres de negro (según dijo Montoro) pero parece que nos hemos dejado llegar los pitones del toro demasiado cerca de la taleguilla, a pesar de los muchos avisos cautos desde los tendidos,  y la cornada no nos la quita nadie. A lo mejor son unas dulces enfermeras las que vienen a curarnos las heridas, pero esto huele a hule de enfermería.
En la prensa especializada se ha especulado sobre las medidas que pueden imponer los rescatadores rescatadores. Lo cierto es que no todas, pero sí muchas de ellas teníamos que haberlas tomado nosotros, más rápido y más profundamente de lo que se ha intentado hacer. En muchos casos no se trata más que de recetas de ortodoxia económica, por lo que por más que duelan al principio serán lo mejor de cara al futuro.
Es por eso quizá que incluso en días pasados hubo quienes intentaron desdramatizar el rescate. Y es que lamentablemente, muchos de nuestros políticos, sabedores de cuál es la cirugía necesaria, no se atrevieron a aplicarla por propia iniciativa, prefiriendo dejar esa responsabilidad a otros. Se habló incluso de que dentro del Gobierno hay quien apoya esta opción. En cualquier caso no nos engañemos: el rescate siempre será peor que el haber hecho las cosas autónomamente, porque lo que prevalecerá ahora serán los intereses de los acreedores.
En este maremagnum de dimes y diretes,  hasta se llegó a enseñar el piquito de la muleta de la salida del euro. Una especie de reacción patriótica  -“si no nos quieren, nos vamos”-, que ha sido aplaudida incluso en círculos que considero con cierta solvencia. En mi opinión sin embargo, a día de hoy, es la peor de las opciones, pues supondría en primer lugar la devaluación aproximada de un cuarenta por ciento de nuestros activos, y en segundo lugar quedar definitivamente abandonados en manos de políticos manirrotos que ahora tendrían además la herramienta de las devaluaciones y de la inflación para seguir empobreciéndonos a los ciudadanos, todo con tal de no desmotar el tinglado monstruoso en que se ha convertido nuestro aparato estatal, que sin embargo tanto les aprovecha a ellos para mantener su status.
Por si alguna duda cabía al respecto, baste saber que quien con más ardor ha defendido esta última  opción entre la clase política es nada más y nada menos que D.  Gaspar Llamazares. Si no hay más remedio, prefiero en todo caso a las enfermeras (o enfermeros), que al doctor.

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