sábado, 2 de junio de 2012

LA CARTA DE FRANKFURT



Podría ser el título de una novela de espías, luego llevada al cine exitosamente por el Tom Cruise de turno. O de un thriller político-económico de altos vuelos. La carta de Frankfurt  a que yo me refiero tiene más bien que ver con esto último. Es la que, con carácter confidencial, el  entonces presidente del BCE, Jean Claude Trichet, envió al a la sazón presidente del Gobierno español, Rodríguez Zapatero, y en la que se marcaba la ruta que inexcusablemente había de seguirse para que la institución con sede en la ciudad del Main continuase apuntalando la insostenible situación de la deuda española. De la existencia de esa carta, y de su contenido, ya sabíamos algo, pero ha sido ahora el periodista Mariano Guindal quien en su libro de reciente publicación  "Los días que vivimos peligrosamente" la ha desvelado en su integridad. La carta tiene una importancia trascendental para entender lo que estamos viviendo hoy. La primera conclusión indudable  es que estamos intervenidos de facto, algo que ya intuíamos. Claro que eso no es sino el precio de pertenecer a un club exigente y haber incumplido sus reglas.
La carta fue enviada el 5 de agosto pasado, pocos días después de que ZP hubiese anunciado la convocatoria anticipada de elecciones, pero demorándolas irresponsablemente hasta el 20N. En ella el BCE  centraban sus exigencias  en tres cuestiones: el compromiso de limitación de déficit, la reforma laboral y el control de las descontroladas cuentas de autonomías y ayuntamientos.
Zapatero hizo la primera, mediante la reforma exprés de la Constitución, pero no estuvo dispuesto a acometer  las otras dos, ¡total, el ya se iba! Rajoy por su parte apoyó sin fisuras la reforma constitucional y nada más llegar al gobierno se apresuró a afrontar la reforma laboral y a acometer el control de las finanzas autonómicas. Por eso la semana pasada, tras la celebración del Consejo de Política Fiscal y Financiera, y ante la falta de respuesta positiva por parte de los mercados,  el discurso era  “hemos hecho lo que teníamos que hacer, ahora le toca mover ficha a otros”. Sin embargo los otros  siguen pensando que  no es bastante .
Llama la atención que la mayor parte de las peticiones de la autoridad monetaria europea iban referidas a la reforma laboral (negociación colectiva con efectiva descentralización de la negociación salarial, abolición de las cláusulas de indexación de los salarios con  la inflación, adopción de medidas especiales para alentar la moderación salarial, creación de un contrato de trabajo excepcional con un coste de despido muy bajo durante un período de tiempo delimitado, ...).
Puede decirse que todas ellas fueron atendidas en el RDL 3/2012 de 10 de febrero,  recibido con rechazo sindical y que provocó la huelga general del 29M. Hoy sabemos por tanto con certeza que si los sindicatos persisten en su empeño de echar atrás la reforma, tendrán que ir a manifestarse a Bruselas o Frankfurt, y no a Madrid. Aquí queda poco margen de maniobra. O a lo mejor es que prefieren que seamos rescatados o que quedemos directamente fuera del euro y de la Unión Europea. No digo que el Gobierno no crea en su reforma –ya hay por ahí  estudios que auguran su éxito tan pronto la economía repunte un poco-  pero tampoco es que tuviera mucha opción. La reforma pues, como otras medidas adoptadas,  era necesaria y seguramente conveniente. La duda que ahora nos asalta es si ha sido suficiente. A día de hoy parece que no.

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